miércoles, 21 de marzo de 2007

Peliculones!!!!!!!!!!!!!!!




Conchemimare!!!
Que peliculazas se vienen, y hay...

Las recomiendo 100 por ciento, sangre, honor y fantasia a la vena.

Esperenlas o disfrutenlas.










POR EL SENTIDO ÉPICO DE LA VIDA!!! SALUD!!!





Memo

Este cuento fue publicado en Ucronia chile (el vinculo esta en los links).
En todo caso aqui esta el link directo: http://ucroniachile.blogspot.com/2007_01_07_archive.html

busquenlo ahi, se llama Memo.

Muere un agente de la dictadura

Asociated Press (AP). Un nuevo agente de la dictadura militar chilena se suicida en extrañas circunstancias.
Ernesto González Morán, alias “el príncipe”, fue encontrado en su departamento, en el número 740 del barrio Brasil. El malogrado ex militar debía firmar todas las semanas en la 5ª comisaría de Santiago por casos de tortura, hasta el momento de su muerte, el pasado 4 de julio. El lugar fue allanado debido al olor fétido que emanaba hacia varios días, y el cuerpo fue encontrado sembrado de cucarachas y sus larvas. Al consultar a los vecinos, estos no aportaron muchos antecedentes, decían que “el príncipe” era un tipo normal, que a sus 74 años no conversaba con nadie. Salía y entraba de su hogar a horas precisas; ni un minuto antes de las 7 de la mañana ni un minuto menos de las 7 de la tarde. A veces ingresaba con extraños implementos, otras saludaba al conserje con cotidianeidad, como un anciano más de las decenas que vivían ahí.
Sin embargo, los antecedentes aportados por gente que tuvo contacto con el años antes de morir, resultan más interesantes. Era sabido por sus contados cercanos su grave insomnio. La luz de su pieza no se apagaba ni día ni noche, y algunas asesoras del hogar que ya no visitaban al sujeto por años, relataron que dormía sentado en una silla durante casi 45 minutos, para luego seguir con “su trabajo”.
Aquel “trabajo”, al que al parecer se avocó desde el día en que se retiró del ejército, giraba en torno en resolver todo tipo de ecuaciones matemáticas. Camaradas de armas del presunto torturador decían que había comenzado comprando libros de álgebra avanzada, ecuaciones no lineales, cálculo y trigonometría, y que lo último que habían escuchado de su parte era que estaba a punto de hacer un gran “descubrimiento” en torno a complejos algoritmos relacionados con los últimos descubrimientos de la astrofísica. En la reunión anual de ex suboficiales de este año asistió muy entusiasmado, y relató el detalle de su obra: una maraña de explicaciones matemáticas que su colegas, poco instruidos en la materia, solo le celebraron y no se preocuparon en comprender. Andrés Guiñez, procesado por el caso Villa Grimaldi y Caravana de la muerte, recuerda que Gonzalez se retiró indignado luego de comprender que no lo tomaban en cuenta e incluso se burlaban de él. Según Guiñez, sus últimas palabras fueron “nadie comprende mi misión”, y “el mundo me va a oír de una forma u otra”.
La policía ingresó a eso de las 7 de la tarde con 40 minutos al hogar de “el Príncipe”. Echar abajo la puerta no fue difícil: los insectos y termitas ya habían hecho la mitad del trabajo. El interior era una porqueriza de las peores; restos añosos de comidas, ratas y pulgas en la alfombra, y el olor fétido del humano cuando vive como animal. Habían cientos de alacenas, repletas de libros y cuadernos, que cubrían todo el lugar, y que en realidad eran casi lo único que había, aparte de una silla. Los cuadernos y hojas de notas se apilaban por todos lados; era difícil moverse sin que una ruma de papeles cayera encima, como atacando a los intrusos. Luego de revisar varios de los documentos, los agentes de investigaciones comprobaron que sólo habían anotadas miríadas de signos y símbolos, algoritmos, fórmulas, esquemas geométricos, que los policías no se preocuparon de desentrañar mayormente.
Al avanzar por el lugar en la cocina, los agentes encontraron una colección de galletas de agua y de te verde chino de todos los tipos. Habían servidas siete tazas, y cuatro galletas de agua puestas sobre el mueble principal de la cocina, que en general, era el único lugar perfectamente limpio. El camino hacia el dormitorio era aún más enigmático. Una colección reluciente de los más extraños e incoherentes objetos yacía colgado y ordenado de forma obsesiva en los clóset del pasillo. Había una colección completa de soldados de plomo, vestigio de su formación militar, libros sobre las guerras mundiales y sobre todo conflicto que hubiese existido en la historia de la humanidad: político, social y sobretodo religioso. Habían otros libros diversos: historia de las religiones del mundo, casos paranormales durante conflictos armados, documentos amarillentos del gobierno militar, que lamentablemente no aportaron datos sobre los delitos que se le imputaban – más que nada hablaban sobre oscuros contactos del gobierno de Allende y de Pinochet con dictaduras comunistas del mundo, y otros grupos extraños asociados a EEUU y Gran Bretaña. Se contaban también 105 versiones de la Biblia en distintas lenguas, 53 del Bhagavad Guita, 47 del Corán, 5 del Popol Vuh, etc. Por último colgaban del techo cientos de objetos extraños, máquinas antiguas, calculadoras primigenias, y las mil y una formas de medir la realidad: barómetros, termómetros, voltímetros, etc.
Sin embargo, lo más enigmático fue el lugar donde se lo encontró muerto. Este había transformado la habitación, bastante amplia, en un octágono, hecho con paneles de aglomerado clavados más que con descuido, con desesperación. En cada vértice del octágono, yacía una imagen representando una religión del mundo. Cada imagen estaba profanada de una u otra forma: la cruz cristiana bañada en sangre, de origen desconocido, una imagen de Mahoma estaba quemada, orines yacían bajo una imagen de Buda, y para que decir lo que había detrás de una imagen de Shivah, o lo que pendía desde los 7 brazos de la Menorah judía. En las paredes del octágono habían escritos más algoritmos, y se podía intuir que cada uno estaba asociado a una religión.
En el suelo, yacía el cuerpo muerto del “príncipe”. A su alrededor habían una serie de armas de los cuatro puntos cardinales, claramente ordenadas con algún sentido desconocido. En sus ojos, dos palos de colihue afilados como cuchillas le atravesaban las cuencas y salían por la nuca. Al parecer el tipo las había fijado al suelo con tornillos y simplemente les había dado un cabezazo duro y certero. Todo acabó rápido, sin que le impidiera finalmente escribir con una mezcla de sangre y liquido cefaloraquideo, la frase “los números son el control”
Lo que decían algunos de sus cuadernos, específicamente el último, fechado un día antes, completaba – pero no aclaraba – aquella frase. Rezaba algo como “Los números son el control. Están vacíos, no tienen existencia, son de aire. Obligan a mirar hacia arriba. Obligan a esperar la verdad desde el cielo. Estamos perdidos” El fiscal interpretó estas palabras como un epitafio – un poco surrealista – que González esperaba que pusieran en su tumba. Y así se hizo.




(cuento enviado a ucronia chile)