sábado, 24 de marzo de 2007

WEIKITUN

Como la herencia mapuche se concentra en elementos mas ornamentales y femeninos, es un poco hora de recuperar la tradición guerrera. Veo esto y me emociono... es como ver un Dojo de artes marciales... la cuestion linda... el weikitun, entrenamiento para el uso de la lanza mapuche.

Observad esos rostros: ¿Son de derrota? ¿Son de desencanto? ¿Necesitan nuestra lástima? no solo son rostros de alguien que ha perdido lo mas preciado: la tierra. Son rostros de personas plenas, con los corazones henchidos de sus tradiciones, son rostros de orgullo, sabiduría, valentía. Eso deberían aprender algunos. (el que sabe, sabe, no cierto pardo? jajaja).

(Fotografía obtenida en el museo de Cañete, VIII región de la frontera de Guerra. VISITENLO!!!)

jueves, 22 de marzo de 2007

El Cazador

Bueno, como ando maniaco, subo este cuentillo. Originalmente estaba destinado al pasquin literario de la U de concepción "El amante de la China del Norte", pero a los editores no les gusto... de hecho no le gusta a nadie jajaja... pero este cuento es como la chomba de lana que nos encanta, o esas zapatillas "tanque", pero que a pesar de estar viejas, amamos por lo comodas. Espero que exista alguien que le guste este cuiento, aparte de a mi JOJOJOJO...


EL CAZADOR

“En el futuro, vamos a terminar
comiendo píldoras...”
Anónimo.


Una nausea bien conocida asomó a su conciencia, e hizo que olores y sabores fermentaran entre sus ideas espesas como las babas que le goteaban de la boca. Se las limpió con saña y recorrió ansiosamente la sala, buscando la ventana. Era una tarde medianamente despejada de invierno, y los vehículos se agolpaban como moscas alrededor de los edificios de Providencia. Sus cuerpos cromados, pletóricos en destellos, le proporcionaban a aquella ciudad una característica luz mortecina, que hacía tiempo era el único reporte que muchos ciudadanos tenían del sol. La gente se trasladaba con la vista perdida en las profundidades de la ciudad, intentando asegurarse el escaso oxigeno para dar el siguiente paso. En estas circunstancias, ellos tenían una vaga idea de muchas cosas: del aire, del cielo… incluso del sol. Los niños de menos de 4 años ya no dibujaban un círculo para representarlo, sino que trazaban líneas amarillas en un fondo negro. Conocían solo los rayos de luz que los vehículos, distribuidos en infinitas filas y flotando flemáticamente entre los cientos de pisos, les permitían ver. En cambio él, desde su privilegiada posición en el piso 2157, observaba con pavor el atardecer. Sin desearlo venían a su mente imágenes confusas sobre como matar a un Dios. Recordaba como apagarle la vida sin dolor, como dejarlo desangrarse para que las nubes recibieran gozosas su sangre, como cortarlo en pedazos para dar de comer con los restos a las fauces abiertas de los cerros del poniente. Al observar cómo las montañas terminaban de saciar su hambre, una gota de sudor frío le recorrió el cuello y le hizo entender que no podía evitarlo. El hambre había llegado. Desde las profundidades de su estomago, los actos afloraron como la lava, y ansioso miró hacia una esquina del departamento, buscando sin éxito aquella anacrónica habitación llamada “cocina”. En su lugar, encontró la pared manchada de humedad, su colección de armas y antigüedades y otros cachivaches. Le perturbaron del conjunto dos elementos: un cuchillo de cocina adornando la pared, y el pequeño refrigerador, a un costado, donde se mantenían frescos y encerrados en coloridas pastillas, los sabores, los olores... la cordura misma. En honor a ésta extrajo una bolsita del freezer y la vació en segundos dentro de su boca. Sin embargo aquel acto reflejado en la compuerta del refrigerador le enrostró la pesadilla. Al verse usando los labios como tentáculos, cual parásito desesperado por que el azar le traiga algún desperdicio, las pastillas rodaron por su boca abierta y cayeron al suelo sin que las pudiera contener con sus dedos torpes. Tenía uñas para desgarrar tejidos, y 5 dedos como para asir hachas, lanzas y mazos, y agitarlas en el aire sobre algún animal salvaje y furioso, pero definitivamente no estaban hechas para sostener píldoras. Pensaba en eso cuando una pantalla minúscula se encendió sorpresivamente sobre una de sus manos con el titular de un diario electrónico que anunciaba: “el cazador ataca de nuevo en la capital”. Luego de apagarla con un movimiento discreto del meñique, la decisión ya estaba tomada. Aquel titular transformó sus intentos por controlar el hambre en una simple complicidad de la conciencia con el instinto, y desde ese instante su mente se concentró en elegir las mejores flechas de su pared.




La fábrica de extractos animales, que llevaba 15 años produciendo las píldoras que alimentaban a la mitad de Chile, quedaba en el otro extremo de la ciudad. Nadie lo detuvo en su ruta; caminar por las calles de Santiago en esos días premunido de un arco y un carcaj no era gran cosa. La gente circulaba por las aceras en sus tanques, o paseaba sus mascotas que ya no eran perros o gatos, sino jabalíes, ciervos, pumas, o lo que fuera. Sólo un policía le consultó sobre sus extraños implementos, a lo que contestó que era miembro de una sociedad de preservación de las culturas primitivas. Ante esto, el oficial se rió de buena manera y lo dejó ir, refunfuñando algo ininteligible.

Al llegar allá, observó a través del Domo de cristal donde se cultivaban y cosechaban las materias primas animales, conocidas simplemente como ganado. Era de noche, pero adentro aún había sol. Siempre había sol, y las vacas pastaban apaciblemente. La ley surgida ante los reclamos para erradicar muertes inhumanas era muy estricta, y la fábrica cuidaba su licencia con celo, implementando sistemas de procesamiento que aseguraban la muerte indolora y aséptica de los novillos, la materia prima que le aseguraba a la empresa jugosas ganancias. Ante lo anterior, perfectos dispositivos de seguridad resguardaban el recinto, por lo que era imposible que personal no autorizado ingresara.

Él sabía esto muy bien. Sin embargo, recordó que los camiones recolectores llegarían en unas tres horas, y concluyó que pese a lo anterior, no habría testigos.

Descolgándose de una viga metálica ubicó a su presa: regordeta, lista para ser cazada. Parecía no sospechar el acecho, pues se refugió en una rústica caseta aurinegra y se agachó distraída, rumiando en busca de algo en el suelo. Esto despertó al cazador. Era su oportunidad, quizás la única: con el arco y la flecha lista en las manos tambaleantes, se acercó en silencio. El ruido había sido el enemigo acérrimo del carnívoro desde tiempos inmemoriales, ahora, podía significar la extinción de una especie.

Pero algo falló. La víctima se dio vuelta imprevistamente, y a lo lejos se escuchó un grito como el de un guardia. Había sido detectado.

La flecha se deslizó de su mano y fluyó como un río hasta la presa, que lanzó un gemido semejante al asombro, quizás por que nadie había visto un cazador en años. Hecha ya carne, cayó como un bulto pesado en el suelo, y con tranquilidad, el cuchillo de cocina se encargó de terminar de cerrar sus párpados deslizándose suave en el cuello moreno. Fue rápido y certero.
El cazador ató las patas de la víctima y le cubrió el hocico sanguinolento y el rostro con una gorra de guardia de seguridad que encontró a un par de metros del cuerpo. Finalmente lo arrastró tranquilamente, y desapareció en la bruma.

En el interior de la fábrica, todas las vacas siguieron pastando. Ellas no vieron nada.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Peliculones!!!!!!!!!!!!!!!




Conchemimare!!!
Que peliculazas se vienen, y hay...

Las recomiendo 100 por ciento, sangre, honor y fantasia a la vena.

Esperenlas o disfrutenlas.










POR EL SENTIDO ÉPICO DE LA VIDA!!! SALUD!!!





Memo

Este cuento fue publicado en Ucronia chile (el vinculo esta en los links).
En todo caso aqui esta el link directo: http://ucroniachile.blogspot.com/2007_01_07_archive.html

busquenlo ahi, se llama Memo.

Muere un agente de la dictadura

Asociated Press (AP). Un nuevo agente de la dictadura militar chilena se suicida en extrañas circunstancias.
Ernesto González Morán, alias “el príncipe”, fue encontrado en su departamento, en el número 740 del barrio Brasil. El malogrado ex militar debía firmar todas las semanas en la 5ª comisaría de Santiago por casos de tortura, hasta el momento de su muerte, el pasado 4 de julio. El lugar fue allanado debido al olor fétido que emanaba hacia varios días, y el cuerpo fue encontrado sembrado de cucarachas y sus larvas. Al consultar a los vecinos, estos no aportaron muchos antecedentes, decían que “el príncipe” era un tipo normal, que a sus 74 años no conversaba con nadie. Salía y entraba de su hogar a horas precisas; ni un minuto antes de las 7 de la mañana ni un minuto menos de las 7 de la tarde. A veces ingresaba con extraños implementos, otras saludaba al conserje con cotidianeidad, como un anciano más de las decenas que vivían ahí.
Sin embargo, los antecedentes aportados por gente que tuvo contacto con el años antes de morir, resultan más interesantes. Era sabido por sus contados cercanos su grave insomnio. La luz de su pieza no se apagaba ni día ni noche, y algunas asesoras del hogar que ya no visitaban al sujeto por años, relataron que dormía sentado en una silla durante casi 45 minutos, para luego seguir con “su trabajo”.
Aquel “trabajo”, al que al parecer se avocó desde el día en que se retiró del ejército, giraba en torno en resolver todo tipo de ecuaciones matemáticas. Camaradas de armas del presunto torturador decían que había comenzado comprando libros de álgebra avanzada, ecuaciones no lineales, cálculo y trigonometría, y que lo último que habían escuchado de su parte era que estaba a punto de hacer un gran “descubrimiento” en torno a complejos algoritmos relacionados con los últimos descubrimientos de la astrofísica. En la reunión anual de ex suboficiales de este año asistió muy entusiasmado, y relató el detalle de su obra: una maraña de explicaciones matemáticas que su colegas, poco instruidos en la materia, solo le celebraron y no se preocuparon en comprender. Andrés Guiñez, procesado por el caso Villa Grimaldi y Caravana de la muerte, recuerda que Gonzalez se retiró indignado luego de comprender que no lo tomaban en cuenta e incluso se burlaban de él. Según Guiñez, sus últimas palabras fueron “nadie comprende mi misión”, y “el mundo me va a oír de una forma u otra”.
La policía ingresó a eso de las 7 de la tarde con 40 minutos al hogar de “el Príncipe”. Echar abajo la puerta no fue difícil: los insectos y termitas ya habían hecho la mitad del trabajo. El interior era una porqueriza de las peores; restos añosos de comidas, ratas y pulgas en la alfombra, y el olor fétido del humano cuando vive como animal. Habían cientos de alacenas, repletas de libros y cuadernos, que cubrían todo el lugar, y que en realidad eran casi lo único que había, aparte de una silla. Los cuadernos y hojas de notas se apilaban por todos lados; era difícil moverse sin que una ruma de papeles cayera encima, como atacando a los intrusos. Luego de revisar varios de los documentos, los agentes de investigaciones comprobaron que sólo habían anotadas miríadas de signos y símbolos, algoritmos, fórmulas, esquemas geométricos, que los policías no se preocuparon de desentrañar mayormente.
Al avanzar por el lugar en la cocina, los agentes encontraron una colección de galletas de agua y de te verde chino de todos los tipos. Habían servidas siete tazas, y cuatro galletas de agua puestas sobre el mueble principal de la cocina, que en general, era el único lugar perfectamente limpio. El camino hacia el dormitorio era aún más enigmático. Una colección reluciente de los más extraños e incoherentes objetos yacía colgado y ordenado de forma obsesiva en los clóset del pasillo. Había una colección completa de soldados de plomo, vestigio de su formación militar, libros sobre las guerras mundiales y sobre todo conflicto que hubiese existido en la historia de la humanidad: político, social y sobretodo religioso. Habían otros libros diversos: historia de las religiones del mundo, casos paranormales durante conflictos armados, documentos amarillentos del gobierno militar, que lamentablemente no aportaron datos sobre los delitos que se le imputaban – más que nada hablaban sobre oscuros contactos del gobierno de Allende y de Pinochet con dictaduras comunistas del mundo, y otros grupos extraños asociados a EEUU y Gran Bretaña. Se contaban también 105 versiones de la Biblia en distintas lenguas, 53 del Bhagavad Guita, 47 del Corán, 5 del Popol Vuh, etc. Por último colgaban del techo cientos de objetos extraños, máquinas antiguas, calculadoras primigenias, y las mil y una formas de medir la realidad: barómetros, termómetros, voltímetros, etc.
Sin embargo, lo más enigmático fue el lugar donde se lo encontró muerto. Este había transformado la habitación, bastante amplia, en un octágono, hecho con paneles de aglomerado clavados más que con descuido, con desesperación. En cada vértice del octágono, yacía una imagen representando una religión del mundo. Cada imagen estaba profanada de una u otra forma: la cruz cristiana bañada en sangre, de origen desconocido, una imagen de Mahoma estaba quemada, orines yacían bajo una imagen de Buda, y para que decir lo que había detrás de una imagen de Shivah, o lo que pendía desde los 7 brazos de la Menorah judía. En las paredes del octágono habían escritos más algoritmos, y se podía intuir que cada uno estaba asociado a una religión.
En el suelo, yacía el cuerpo muerto del “príncipe”. A su alrededor habían una serie de armas de los cuatro puntos cardinales, claramente ordenadas con algún sentido desconocido. En sus ojos, dos palos de colihue afilados como cuchillas le atravesaban las cuencas y salían por la nuca. Al parecer el tipo las había fijado al suelo con tornillos y simplemente les había dado un cabezazo duro y certero. Todo acabó rápido, sin que le impidiera finalmente escribir con una mezcla de sangre y liquido cefaloraquideo, la frase “los números son el control”
Lo que decían algunos de sus cuadernos, específicamente el último, fechado un día antes, completaba – pero no aclaraba – aquella frase. Rezaba algo como “Los números son el control. Están vacíos, no tienen existencia, son de aire. Obligan a mirar hacia arriba. Obligan a esperar la verdad desde el cielo. Estamos perdidos” El fiscal interpretó estas palabras como un epitafio – un poco surrealista – que González esperaba que pusieran en su tumba. Y así se hizo.




(cuento enviado a ucronia chile)